LA HISTORIA DE CRISTINE BEDFOR
SU INFANCIA EN CLEMENTINE


Cristine Bedfor nació en Londres, en el seno de una familia singular. Su padre, Pablo Bedfor, trabajaba en el consulado español, y su madre, Victoria Misselton, mitad inglesa y mitad espíritu libre, había pasado su juventud entre los Cotswolds, un internado tradicional y los claustros de Oxford. Fue en Londres, ya entregada al mundo laboral, donde conoció a Pablo Bedfor.
Cristine Bedfor nació en Londres, en el seno de una familia singular. Su padre, Pablo Bedfor, trabajaba en el consulado español, y su madre, Victoria Misselton, mitad inglesa y mitad espíritu libre, había pasado su juventud entre los Cotswolds, un internado tradicional y los claustros de Oxford. Fue en Londres, ya entregada al mundo laboral, donde conoció a Pablo Bedfor.

Victoria, apasionada de las lenguas árabes, filósofa por formación y arqueóloga por vocación, no dudó cuando a Pablo le ofrecieron un nuevo destino diplomático: la isla de Clementine. Ilusionada, soñó con recorrer el Mediterráneo, detenerse en Menorca y maravillarse con los talayots, fondear frente a Sanlúcar, remontar el río hasta Sevilla, ¡ah, Sevilla! y finalmente anclar la isla en Málaga. Porque hay destinos que no se pueden rechazar.
Victoria, apasionada de las lenguas árabes, filósofa por formación y arqueóloga por vocación, no dudó cuando a Pablo le ofrecieron un nuevo destino diplomático: la isla de Clementine. Ilusionada, soñó con recorrer el Mediterráneo, detenerse en Menorca y maravillarse con los talayots, fondear frente a Sanlúcar, remontar el río hasta Sevilla, ¡ah, Sevilla! y finalmente anclar la isla en Málaga. Porque hay destinos que no se pueden rechazar.



La llegada de la familia Bedfor a Clementine fue recibida con una calidez inesperada. Cristine creció entre amigos de todas las edades y culturas, compartiendo las curiosidades, pasiones y rarezas de los habitantes de la isla. Sus padres fomentaron desde el principio una educación abierta al mundo, animándola a conversar con todos, sin importar edad ni procedencia.
La llegada de la familia Bedfor a Clementine fue recibida con una calidez inesperada. Cristine creció entre amigos de todas las edades y culturas, compartiendo las curiosidades, pasiones y rarezas de los habitantes de la isla. Sus padres fomentaron desde el principio una educación abierta al mundo, animándola a conversar con todos, sin importar edad ni procedencia.
Y Cristine absorbió, como solo puede hacerlo
una niña de La edad de 7 años y un cuarto,
todo cuanto la rodeaba. Es decir, absolutamente todo.
Y Cristine absorbió, como solo puede hacerlo una niña de La edad de 7 años y un cuarto, todo cuanto la rodeaba. Es decir, absolutamente todo.
La Cristine de hoy, lectora empedernida, viajera incansable, comilona feliz, disfrutona por naturaleza, a ratos taciturna, siempre organizadora (aunque un poco caótica), es, en un 97,4%, fruto de aquella infancia fascinante.
Cada uno de los personajes que la rodearon dejó una huella imborrable en su vida. Los recuerda con cariño y conserva un sinfín de anécdotas que los mantienen vivos en su memoria.
La Cristine de hoy, lectora empedernida, viajera incansable, comilona feliz, disfrutona por naturaleza, a ratos taciturna, siempre organizadora (aunque un poco caótica), es, en un 97,4%, fruto de aquella infancia fascinante.
Cada uno de los personajes que la rodearon dejó una huella imborrable en su vida. Los recuerda con cariño y conserva un sinfín de anécdotas que los mantienen vivos en su memoria.

Aquella etapa fue tan increíble como formativa:
la moldeó, la enriqueció y, de alguna forma, la definió para siempre. Luego vinieron los viajes, los estudios, nuevos amigos y más aventuras, pero Clementine, su isla, su origen, siempre estará en su corazón.

Aquella etapa fue tan increíble como formativa: la moldeó, la enriqueció y, de alguna forma, la definió para siempre. Luego vinieron los viajes, los estudios, nuevos amigos y más aventuras, pero Clementine, su isla, su origen, siempre estará en su corazón.